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Saladosur

Lucas Peralta - 2 de Cenizar

  • Foto del escritor: Salado Sur Editorial
    Salado Sur Editorial
  • 13 ago
  • 2 Min. de lectura

VI



¿Y si después de tantas palabras el hecho haya sido en vano?

Rotundo el muro, tanto que faltan símbolos que lo demuestren.

Albergamos solo sombras de señales que semejan aquel alarido

nunca olvidable, o lo que algunos llaman plegarias.

Tersura masticada, palabras que no encuentran su valor, aquello

que se agrupa en la configuración sintáctica de lo que se ve, lo

que se dice y lo acumulado que se produce en este siempre antiguo

escenario que dice ser lo real.


Ahora que, inconsultos, fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso

ya no podemos ni orar sin desoír el llamado de la pared tapiada, su

alfabeto roto. Elípticamente fantástica, como toda oración, aquella

hoja de diario que surca el espacio, serpenteando entre elementos

también de la creación, nos trae una exacta y callada definición.

El silencio oscila como un muestrario a la intemperie donde ya nada

tiene que ver con la verdad.


¿Y si después de tantas palabras, entre con mezcla de saliva y arena,

quedamos letreando los restos del sudario ajado ya por la repetición?

Amparamos solo aquella interrogación siempre presente y heredada,

pero sin consecuencias. Solo palabras. Un episodio sucio por el ruido,

y la gota agria que el bebedor destierra y que justifican, una y otra vez,

estos tumultos atolondrados.


Ahora que, irredimibles, fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso

las hojas de nuestro grimorio casero se vuelven un pliegue que arde

y gotea en un altar ya vacío. Rezo sin tierra. Roto. Precario como un

manto precario; y destemplado, como toda plegaria perdida por los

aires del mundo. Sin tregua. XIV



Misas mudas. Obstáculos que un auditorio herido

padece y anhela. Con historias peregrinas de la sal,

donde las palabras no se rompen ni despiertan e

incluso resultan más concretas que el silencio.


Por las fisuras que dejaron aquellos escombros, se

disgregan las creencias. La belleza retumba en todo

aquello que la memoria teme y ya no basta la respuesta

abandonada. Época oscura ésta que desenfoca su eco.


El tiempo roe y pule; gesta y destroza; rompe y acicala.

Lo supimos. Solo una grieta puede juntar lo que no existe.

Y así se vuelve a la labor envejecida de ver la nada y, a

la manera de un vidente, murmurar lo posible en qué creer.


Bajo los pasos nuevos, viejas historias que arrebatan la fiel

e insistente huella que dejó el alma con su paso justo, tenaz;

asediada. Son muchas las cosas sobre esta tierra cansada y

que conciben a la oración, sin verbo; a la plegaria, rota.


Ese es el vaticinio. Las manchas sobre la pared que deletrean,

por debajo de la cal, un destino desperdiciado y su incertidumbre.

Como aquello que el humo le debe al fuego, o como la fe, que

retiene nombres, pero no así se corporiza y se hace palabra.

 
 
 

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