Su pesadilla continúa.
Las máscaras retozan, gesticulan,
se separan y vuelven
a burlarse de sus diferencias.
Insultado, solo puede meditar
sobre su tendencia al estancamiento.
Su sueño es inútil;
en los vestíbulos ocultos
quedan eco de roncos estrépitos,
decae lo que resta de sí mismo,
reduce su catástrofe
a cenizas y angustia.
Reposando en la noche
recuerda un seco abrazo,
un baile con algún esqueleto
los marginados que aún esperan
una frase de amor.
Temeroso al alba
de las próximas pruebas,
se muerde ahora el labio,
murmura frases viles
y se hunde en lo oscuro
luchando con sus cárceles.
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