Donde una vez las aguas de tu rostro
rodaron hasta mis hélices, resuella tu sediento fantasma,
el muerto alza la vista;
donde una vez los tritones traspasaron tu hielo
recogiéndose el pelo, el viento sediento navega
a través de sal y raíz y huevas, Donde una vez tus verdes nudos hundieron su ensambladura
en la sirga tejida de la marea, allí va
el verde deshilador,
sus tierras afiladas, su cuchillo empuñado
para cortar los cauces en su origen
y dejar los frutos mojados fuera de juego. Invisibles, tus puntuales mareas
que irrumpen en los lechos de amor de las algas; dejan que se seque el alga del amor;
alrededor de tus piedras las sombras
de niños, quienes desde sus vacíos,
lloran ante el mar de delfines.
Secos como una tumba, tus coloridos párpados
no serán cerrados mientras la magia se deslice
docta en cielo y tierra;
habrá corales en tus lechos,
habrá serpientes en tus mareas,
hasta que toda nuestra fe en el mar muera.
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