Nicolás Olivari - Mística
- Salado Sur Editorial
- 5 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Has torcido el pescuezo para tenderme el cable de una mirada,
errabundo mi ojo se aglutinó en el párpado,
para decirte mi amor
y respondiste.
Luego comenzó la función:
Se hizo la penumbra cinematográfica
-densa como un queso lechoso-
y en la sábana dos seres
hacían lo que querían.
Mientras tanto, sobre el heno segado de tu cabellera,
junto a tu nuca afeitada,
extendí la mancha de aceite de mi voz,
y te dije:
Yo quiero ser polvos de arroz sobre tu cutis,
sin discutir ni pelear, hablarte mansamente,
con frases sin artículos y sin premeditación.
Quiero ser el asa de tu butaca donde floreces como una campanula tísica
Afuera tu Rolls Royce, tu marido y tu hijo, ya quinceañero,
pero tienes la aristocracia de eterna juventud.
Tu piel continúa las pieles de tu tapado,
y tú me has torcido tu piel hacia mi lado
y tu pie me ha dicho de las afinidades electivas
Hemos hablado mucho
y me has dicho: ¡tuya!
con la porcelana desvaída de tus ojos de muñeca
y yo me acurruqué en tu ternura
con zurda torpeza de poeta cegatón...
Pero has contenido mi demasía
cuando mi mano desabotonó tu cuello
y araño la gruesa vena que cabalga tu seno
de madre señorita.
Todo esto en la mitad de una parte del film,
bajo el techo corredizo de las estrellas
y la sonrisa estúpida del primer violín
enajenado su cansancio al atril.
(Esta poesía pura, la estoy sacando de mi sangre
y me dirán que es mala.)
Todavía,
el calor de tu cuerpo se abrocha en mi sobretodo,
cuando terminó la función
y me miraste sin comprensión.
Todo había terminado,
ya no eras tú ni yo
y en la puerca atmósfera de ventosidades
del público de la sala,
desfallecías como las estatuas mojadas
de los parques, a la hora de tomar los trenes
regreso de la oficina.
No te asombre
mujer que estuviste en la raza de mí mismo
cinco minutos,
el arco
de mi boca deslizando una buena mala palabra,
ni mi pesado paso de cachalote
enfundado,
ni mi pelo revuelto,
ni mi tropel de papeles haciendo seno a mi bolsillo,
y tampoco mi actitud:
Cuando te fuiste en tu auto
apoyé mi nariz en la ventanilla
y en el vaho del vidrio,
que empaño la nicotina de mi pulmón marchito,
escribí mi nombre con el dedo:
¡Te firmé mujer!
te firmé como a un cuadro, como a un poema,
porque de tu espantosa vulgaridad,
de tu hórrida putrefacción de deleite hundido,
es decir, de tu sexo hendido,
de tu seguro cáncer a la matriz,
hice este poema,
por el cual ya puedes estar contenta de haber parido...
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