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Saladosur

Nicolás Olivari - Mística


Has torcido el pescuezo para tenderme el cable de una mirada,

errabundo mi ojo se aglutinó en el párpado,

para decirte mi amor

y respondiste.

Luego comenzó la función:

Se hizo la penumbra cinematográfica

-densa como un queso lechoso-

y en la sábana dos seres

hacían lo que querían.

Mientras tanto, sobre el heno segado de tu cabellera,

junto a tu nuca afeitada,

extendí la mancha de aceite de mi voz,

y te dije:

Yo quiero ser polvos de arroz sobre tu cutis,

sin discutir ni pelear, hablarte mansamente,

con frases sin artículos y sin premeditación.

Quiero ser el asa de tu butaca donde floreces como una campanula tísica

Afuera tu Rolls Royce, tu marido y tu hijo, ya quinceañero,

pero tienes la aristocracia de eterna juventud.

Tu piel continúa las pieles de tu tapado,

y tú me has torcido tu piel hacia mi lado

y tu pie me ha dicho de las afinidades electivas


Hemos hablado mucho

y me has dicho: ¡tuya!

con la porcelana desvaída de tus ojos de muñeca

y yo me acurruqué en tu ternura

con zurda torpeza de poeta cegatón...

Pero has contenido mi demasía

cuando mi mano desabotonó tu cuello

y araño la gruesa vena que cabalga tu seno

de madre señorita.

Todo esto en la mitad de una parte del film,

bajo el techo corredizo de las estrellas

y la sonrisa estúpida del primer violín

enajenado su cansancio al atril.


(Esta poesía pura, la estoy sacando de mi sangre

y me dirán que es mala.)


Todavía,

el calor de tu cuerpo se abrocha en mi sobretodo,

cuando terminó la función

y me miraste sin comprensión.

Todo había terminado,

ya no eras tú ni yo

y en la puerca atmósfera de ventosidades

del público de la sala,

desfallecías como las estatuas mojadas

de los parques, a la hora de tomar los trenes

regreso de la oficina.

No te asombre

mujer que estuviste en la raza de mí mismo

cinco minutos,

el arco

de mi boca deslizando una buena mala palabra,

ni mi pesado paso de cachalote

enfundado,

ni mi pelo revuelto,

ni mi tropel de papeles haciendo seno a mi bolsillo,

y tampoco mi actitud:

Cuando te fuiste en tu auto

apoyé mi nariz en la ventanilla

y en el vaho del vidrio,

que empaño la nicotina de mi pulmón marchito,

escribí mi nombre con el dedo:

¡Te firmé mujer!

te firmé como a un cuadro, como a un poema,

porque de tu espantosa vulgaridad,

de tu hórrida putrefacción de deleite hundido,

es decir, de tu sexo hendido,

de tu seguro cáncer a la matriz,

hice este poema,

por el cual ya puedes estar contenta de haber parido...

 
 
 

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