Cuando fuiste al hospital,
empecé.
Estaba solo en casa
y de vez en cuando bebía,
bebía vino tinto,
me ayudaba a no pensar.
Pensaba solamente en el vino
que estaba en el refrigerador
y que podía arruinarse
si no lo bebía.
Regresaba del paseo de las siete
y bebía.
Hasta cuando fuiste al quirófano,
yo estaba más agitado que tú
y seguí bebiendo.
Bacardi esta vez.
Mientras el cirujano te abría el pecho,
yo terminé todos los Bacardi
del supermercado.
Así ahora tú
tienes un corazón nuevo
mientras yo,
yo bebo solo Bacardi.
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Había apoyado los ojos,
con toda su firmeza,
en tu rostro codiciado
por las luces del tránsito
de ciudades que lentamente desaparecían.
Luego la oscuridad, obedeciéndose a sí misma,
eclipsó la imagen
y todos nos convertimos en embriones
en espera del mundo.
Así, tu rostro absorto
solo podía imaginarlo
como una hipótesis,
hasta cuando fuera resucitado
después del túnel.
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