(la calle vacía)
Llegan risas, la arenga del predicador, la discusión en la taberna.
Los pasos son rápidos o lentos, pero no se sabe dónde están:
hay huellas que esperan su momento, siempre a punto de
explicarse
y siempre sin explicación.
Las cosas
tienen nombre para evitar la confusión, pero las palabras no
explican lo que dicen;
en alguna parte llueve
pero qué hacer con una lluvia que no moja;
alguien mira desde donde no hay nadie;
y si no se sabe quién habla ni quién contesta
es porque ignoramos demasiadas cosas.
La ciudad manda señales como un barco en apuro;
y yo voy tanteando la pared como un ciego,
rodeando el farol como la niebla,
pero todo lo que sucede
no sucede aquí.
(el poema no escrito)
Una declaración honesta en la pared de una calle:
“No sé por dónde empezar”.
En ese mensaje
hay un apremio que nos ha llegado, un desconcierto,
y no estaría bien invadirlo por ostentación,
por irresponsabilidad.
Ahí se oculta un poema,
y un poema que se oculta en la pared de una calle
merece estar donde está: donde arranca una moto, pasa una chica y
los loros cruzan llenos de noticias.
Que nadie caiga en la vanidad de escribirlo.
(casi una fábula)
El halcón vuela recortado contra el cielo:
la expectativa es su trabajo;
grazna en el aire, y de pronto
la bajada vertical del cazador.
Pero ya no vemos el final cuando sucede el silencio: una mezcla de
tragedia y de ritual cotidiano.
No vale la pena sacar moralejas de la necesidad.
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